El 18 de septiembre pasado se cumplieron 2 años desde que Julio López desapareció. Poco duró la ilusión de justicia. López no pudo ver cómo, al día siguiente, condenaban al ex jefe de Investigaciones de la policía bonaerense, Miguel Etchecolatz, en cuyo juicio había sido testigo clave.
A dos años de su desaparición marcharon miles de personas en todo el país. Hubo manifestaciones en Rosario, Córdoba, Capital Federal, entre otras ciudades. Y por supuesto, en La Plata donde hace unos 50 años decidió establecerse y formar una familia. La ciudad que lo vio desaparecer. Dos veces.
Miles de manifestantes marcharon en La Plata portando el retrato de Julio.
La primera, el 27 de octubre de 1976, cuando las desapariciones eran cosa de todos los días.
Julio era peronista y en aquellos tiempos militaba en Montoneros. Su trabajo de albañil le permitía hacer útiles tareas de inteligencia para el movimiento, lo que muchos años después le serviría para aportar datos importantes contra los genocidas.
“Rompieron la puerta. Etchecolatz estaba en el auto. Me vendaron los ojos con un pulóver por encima de la cabeza, y me ataron con las mangas y con alambre, pero podía ver”, relató el propio López en su última declaración judicial. Y ahí comenzó la tortuosa odisea que duraría tres años de cautiverio y lo llevaría a recorrer cinco centros clandestinos de detención.
Primero fue trasladado a Cuatrerismo, luego al “Pozo de Arana”, al centro clandestino que funcionaba en la comisaría 5ª de La Plata, a la 8ª, y finalmente, en abril de 1977, a la Unidad 9, donde quedó a disposición del Poder Ejecutivo.
Durante esos años no sólo fue víctima de torturas y vejaciones sino que presenció el calvario de otros detenidos. Vio, por ejemplo, como inútilmente Patricia Dell’Orto rogaba “No me maten, no me maten, quiero criar a mi nenita”, minutos antes de morir fusilada junto a su esposo, Ambrosio de Marco. Un matrimonio que conocía del barrio y la militancia.
Y, finalmente, en septiembre de 1979 fue liberado. El hecho coincidió con la visita a la Unidad 9, donde estaba detenido, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.
“Entraron los de Derechos Humanos por el frente y a nosotros nos largaron por atrás para que no nos vieran”, relató López.
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Veinte años pasarían entre su liberación y la primera declaración en público sobre lo sucedido. Veinte años de silencio, seguramente, plagados de recuerdos y de dudas. Hasta que el 7 de julio de 1999 se decidió a hablar. Y habló.
No es casualidad que su primer testimonio fuera sobre el asesinato de aquel matrimonio conocido. Durante esos veinte años Julio había cargado con el pedido de Patricia: “López, no me falles. Si salís, andá, buscalos a mi papá, a mi mamá, a mi hermano y deciles que los quiero. Y dale un beso a mi hija”.
A partir de esa primera declaración López decide colaborar con la Justicia en todo lo que pudiese, atestiguando cada vez que fuera necesario por todos aquellos que fueron silenciados.
Sus vivencias, el conocimiento previo de los lugares donde fue detenido así como su memoria y su capacidad de observación, lo convertían en un testigo clave en varios procesos contra genocidas. Sin embargo el destino, ayudado por un aparato represivo que aún continúa funcionando en democracia, no quiso que Julio siguiera hablando.
El 18 de septiembre de 2006 López volvió a desaparecer. El día siguiente era especial, Etchecolatz sería condenado, en un juicio histórico para Argentina, por crímenes de lesa humanidad en el marco de un genocidio. Pero Julio no pudo acudir a la cita, no vislumbró el triunfo de la Justicia en un proceso del que fue colaborador clave.
Los primeros momentos fueron de desconcierto. Sus allegados quisieron pensar que estaba perdido, pero la realidad poco a poco se fue imponiendo. A López lo habían desaparecido.
A dos años de ese fatídico día, su destino es todavía una gran incógnita y la causa por desaparición forzada está totalmente estancada.
¿Y la política de Derechos Humanos del gobierno? Evidentemente se queda en gestos de intención, ¿acaso removieron a los numerosos policías bonarenses (aproximadamente 9 mil) que prestaron servicio durante la última dictadura? ¿Previeron que los testigos en causas de semejante trascendencia para el país podrían estar amenazados?
"La desaparición de Julio es producto de un secuestro de características netamente políticas, como en la dictadura, de mensaje para el conjunto de la sociedad”, señaló Myriam Bregman, abogada del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH), y que asistió a López en el juicio, “Este secuestro vino a develar, de la forma más terrible, lo vacío de ese discurso, y a demostrar que la impunidad sigue vigente en la Argentina”.
Mientras tanto, se sigue sin saber nada de Julio. El país marcha por él. Desaparecido en democracia.
Laura Elisandro
1 comentario:
Muy bueno el Blog!!
Saludos desde Neuquén, donde también marchamos por Julio
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