Lula fue uno de los grandes "ganadores" de la cumbre del G-20.
El Presidente brasilero Lula Da Silva remarcó que para poder hacer frente a la crisis internacional, generada a raíz de las irresponsabilidades de los países ricos, su país incentivará el mercado y le dará aún mayor impulso a las inversiones previstas en el Programa de aceleración económica (PAC), el cual se basa en tres pilares fundamentales: el estado federal, la banca pública y las empresas estatales.
“Todo el esfuerzo (de los países emergentes), resultante de la fuerte movilización social y política en nuestros países está hoy amenazado por una crisis que creemos que nació en los países centrales. Es fruto de la ganancia de irresponsables especuladores y de la absoluta falta de mecanismos de regulación de los mercados”.
Sin dudas Lula fue uno de los principales “ganadores” de la cumbre del G-20 realizada el fin de semana pasado en Washington. Primero porque concurrió a la cita sabiendo que a diferencia de las economías de las naciones “desarrolladas” (que se contraerán un 0,1% en el 2009, según estimaciones del Banco Mundial), Brasil el año que viene crecerá alrededor de un 4,5 %.
En este sentido el mandatario, quien coyunturalmente ocupa el liderazgo rotativo del G20, remarcó que el crecimiento ya está cayendo notablemente en Alemania, España y Francia, “nosotros no queremos que el desempleo llegue a América latina, que llegue a Brasil, sobre todo porque nuestra economía está más preparada que las economías de ellos".
Otra “victoria” de Lula y de los demás países emergentes, quienes como consecuencia de la crisis financiera internacional dejan Washington como agentes económicos y políticos de primer orden, es haber logrado introducir en el comunicado final de la reunión las críticas realizadas por los líderes latinoamericanos a la irresponsable lógica financiera inherente al esquema neoliberal.
“Políticos, reguladores y supervisores, en algunos países avanzados, no han apreciado adecuadamente ni han sabido responder a los riesgos acumulados en los mercados financieros, ni han sabido mantenerse al corriente de la innovación financiera, ni han tomado en consideración las ramificaciones sistemáticas de acciones reguladoras domésticas”, señala el comunicado emanado de la reunión del pasado fin de semana.
A esta cita concurrieron no sólo los siete países más industrializados del planeta-Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Japón e Italia-, sino también la Unión Europea(UE) como bloque y las denominadas “potencias emergentes”: Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Rusia, Sudáfrica y Turquía.
El Primer Ministro inglés describió al nuevo reparto de poder y responsabilidades dentro del mapa geopolítico mundial como “el doloroso alumbramiento de un nuevo orden global”.
A pesar de la nueva correlación de fuerzas, en donde parece haberse logrado el consenso sobre la necesidad de que el Estado controle y regule el mercado financiero, el Presidente de México, Felipe Calderón, continua enarbolando las “bondades” del libre mercado.
"Se necesita ahora más que nunca más mercado y más economía global, más comercio y más inversión global…El consenso es que debe fortalecerse el mercado y para eso debe fortalecerse el Estado, aunque parezca paradójico”, aseveró el mandatario mexicano.
Para finalizar Calderón concluyó que para poder sobrepasar el escenario de crisis actual es “indispensable” que se de un impulso contundente a las negociaciones de la Ronda de Doha, en el marco de la Organización Mundial de Comercio.
Una posición similar ha tomado el Presidente saliente de los Estados Unidos, George W. Bush. A pesar de que la economía estadounidense ya entró oficialmente en recesión y que el déficit fiscal de su gobierno oscila los 500 mil millones de dólares, Bush continúa haciendo una apasionada defensa del libre mercado.
Gracias a su intervención en la reunión de Washington finalmente se estableció que, a pesar de las severas críticas hacia el modelo financiero actual, que el mundo se continuará rigiendo por los designios del libre comercio.
O sea de ahora en más el capitalismo estará más vigilado y se apuntará a “refundar” a los organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Asimismo la Casa Blanca logró obstaculizar la iniciativa que buscaba la creación de controladores supranacionales, una propuesta que era impulsada por el gobierno francés de Nicolás Sarkozy.
La Casa Blanca, la cual representa a las grandes corporaciones financieras trasnacionales que se han enriquecido compulsivamente en estos últimos tiempos a través de maniobras especulativas, parece no querer dar al brazo a torcer. Se niega en reconocer que la profunda crisis socioeconómica que se vive en la actualidad es producto de los efectos producidos por el consenso de Washington.
Esa doctrina económica ha llevado a poner en evidencia las fragilidades del sistema. A tal punto que ahora “los poderosos” tienen que pedir la ayuda de las naciones emergentes para poder mejorar sus pertrechas economías.
Hoy en día quizás el único país con capacidad de poder ayudar a otras economías en apuros es China. Con unas reservas estimadas en unos 2 billones de dólares, el gigante asiático presentó previamente a la reunión de Washington un paquete económico calculado en $586.000 millones de dólares, una partida destinada principalmente a inversiones en infraestructura y obras públicas. De esta manera Pekín pretende mantener su mantenido crecimiento económico, según estimaciones del BM el año que viene- a pesar de la recesión mundial- China crecerá alrededor de un 8,5%.
Este ambicioso plan económico presentado por el Presidente Hu Jintao, todavía no ha podido ser imitado en una potencia como los Estados Unidos, la cual está inmersa en una plena transición de poderes presidenciales. En este sentido el flamante Presidente electo, Barack Obama, ya señaló que en caso de que la gestión Bush no active este plan de salvataje para la economía antes del 20 de enero del 2009, su primera medida de gobierno apuntará justamente a incentivar la obra pública en todo el territorio estadounidense.
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